El camino del Awo es arduo y está lleno de obstáculos, principalmente los de su mente. Quien toma este sendero con responsabilidad, “gastará sus sandalias”, pero siempre encontrará lugares seguros a donde llegar. Siguiendo las recomendaciones de su maestro, las interpretaciones de su oráculo, apoyándose en su comunidad y hombro con hombro con sus hermanos Awo’s, nunca estará solo. El aprendizaje es riguroso, y las experiencias son múltiples y variadas, pero la satisfacción al final del día debería saber a gloria.
No siempre sucede así. En nuestra sociedad occidental, el tiempo parece correr más rápido que nuestros pasos. Siempre estamos con retraso, nerviosos, estresados, ansiosos, siempre persiguiendo “lo que queremos”. Así, corriendo, pretendemos conectarnos con las energías, con Ori, con nuestros ancestros y maestros elevados; con plegarias que se parecen más a pedidos que a agradecimientos, exigiendo esta bendición o aquella, olvidando que las bendiciones no vienen a resolver lo que queremos, sino a traernos lo que necesitamos para nuestra evolución espiritual. Vivimos en la sociedad de la “inmediatez”, con una visión muy “individualista”. Esto nos hace caminar de espaldas, en lugar de mirar por dónde pisamos.
Si hay algo que puede hacernos caer en engaños, es nuestra mente. Seducidos por las palabras o las acciones de otros, cerramos nuestras percepciones ante los hechos y nos dejamos llevar. Así, más de uno de nosotros, en muchas ocasiones, creemos en lo que vemos y escuchamos, aunque no sea cierto. Compararnos y competir con los demás es algo común, pero perjudicial para quien sabe que el camino de su hermano no es igual al suyo. Las prisas por adquirir conocimiento también favorecen el “autoengaño”, ya que caemos en la trampa del ego y pensamos: “cuanto más tengo, más puedo, ergo, más sé”.
Pero la adquisición del conocimiento es solo la primera parte. ¿De qué me sirve saber sobre un tema si luego no sé qué hacer con esa información? Esta reflexión me recuerda a dos sesgos cognitivos estudiados por la psicología moderna, los cuales están muy presentes hoy en día. A continuación, detallo dos “espejismos” muy comunes en nuestras tierras:
El “efecto Dunning-Kruger” es un sesgo cognitivo según el cual las personas con escasas habilidades o conocimientos sufren de un sentimiento de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que otras personas más preparadas, y sobreestimando incorrectamente sus habilidades. Este sesgo se explica por una incapacidad metacognitiva del sujeto para reconocer su propia ineptitud. Por el contrario, los individuos altamente calificados tienden a subestimar su competencia relativa, asumiendo erróneamente que las tareas que son fáciles para ellos también lo son para los demás.
David Dunning y Justin Kruger, de la Universidad de Cornell, organizaron un estudio donde concluyeron que no solo existía este sesgo cognitivo, sino que, además, las personas más incompetentes tendían a subestimar a los más competentes. Por lo tanto, se mostraban mucho más seguras y tenían un sentimiento de suficiencia mucho mayor, a pesar de su ignorancia. O, quizás, precisamente debido a ella.
Esto va más allá. Quienes tienen este sesgo opinan sin saber. Y lo que es peor, no les importa. Sucede que, quien tiene una percepción alterada de su conocimiento, considerará que sabe sobre un tema y lo discutirá incluso frente a quien esté debidamente instruido. Así, su opinión tendrá más peso que la de los demás, sin detenerse a valorar lo que está diciendo, solo porque “a mí me parece” y se terminó la discusión.
En el otro extremo de las percepciones erróneas, tenemos el “Síndrome del Impostor”, conocido desde 1978. Pauline Clance y Suzanne Imes quisieron describir bajo este término el problema que sufren aquellos que logran cosas importantes, destacadas, fuera de lo común, y que creen que sus logros son fruto de la suerte y que no merecen el éxito.
Estas personas no pueden internalizar sus propios logros ni hacerlos suyos. No se sienten merecedoras de sus éxitos y les preocupa que los demás puedan descubrir en cualquier momento que no son tan inteligentes como parecen. Tienen una percepción menor de lo que sus aportaciones realmente suponen.
En este caso, estamos hablando de personas que, desde pequeñas, siempre tuvieron la necesidad de compararse con otros en términos de conocimiento, inteligencia y valía; de esta forma, nunca quedan conformes y no logran apreciar la importancia de su labor ni su aporte a lo social. Son personas tan exigentes consigo mismas que fijan metas muy lejanas y altas, casi inalcanzables. Entonces, al no alcanzarlas, confirman sus sospechas.
A pesar de los logros que puedan obtener, los denominados impostores manifiestan importantes dudas acerca de sus habilidades y creen que estas son continua e injustificadamente sobreestimadas por los demás. Estas personas tienden a trabajar por debajo de su preparación y capacidades, lo que también les genera frustración por no estar haciendo aquello para lo que se han esforzado.
Ambas posturas son extremos opuestos de la percepción adecuada de nuestra persona y capacidades.
¿Cuántos de nosotros podemos caer bajo el engaño de estos espejismos? Todos estamos expuestos, pero un buen Awo logra acallar su mente para que su consciencia tome las riendas.
Es a través del cuidado de nuestro Ori, el estudio reflexivo del corpus de Ifá, la consulta con el maestro que nos orienta, la meditación individual, y la conexión comunal, que alcanzaremos “Imọ – Ọye – Ọgbọn”: “conocimiento – comprensión – sabiduría”, para elaborar correctamente el “Iwa Rere”, carácter virtuoso. Ọbàtálá
Y esto no tiene precio…
Se aláàfia wa!!
Iyánifa Ifániyi Ikúùyebì Odúmọla Ṣòwùnmí
Egbe Odúmọlá Ṣòwùnmí